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Creando estilos de vida sanos

"Tomo fentanilo varias veces al día. Si no lo hago, me da unas ansias tremendas"

Jesús cuenta que la última vez que consiguió dejar la droga estuvo ocho meses sin consumir, pero que la "malilla" (síndrome de abstinencia) era tan fuerte que pasó 22 días prácticamente sin dormir.

Sentado en una calle de Tijuana en el norte de México y preparando su primera dosis del día, el hombre de 50 años recuerda cómo probó la droga cuando era adolescente. Pasó por la cocaína, la heroína… hasta que desde hace unos tres años consume únicamente fentanilo "mezclado con cristal".

"El fentanilo te duerme, no sé por qué te hace sentir tan bien. Lo tomo varias veces al día porque cuando no lo hago, te da unas ansias tremendas", le cuenta a BBC Mundo minutos antes de inyectarse y quedar casi inconsciente por unos segundos.

"No, no, sígame hablando y preguntando, lo prefiero", nos pide.

El fentanilo, un opioide sintético 50 veces más potente que la heroína, lleva muchos años considerado una auténtica epidemia en Estados Unidos, donde en 2021 fue la principal causa de que se alcanzara el récord de más de 107.000 muertes por sobredosis.

En los años recientes, sin embargo, su consumo se ha afianzado también al otro lado de su frontera sur en municipios mexicanos como Tijuana.

Allí basta con pasear unos minutos por los alrededores de la zona norte (o "zona roja" o "de tolerancia", epicentro del trabajo sexual), para observar a decenas de usuarios consumiendo en plena calle prácticamente anestesiados, en lo que organizaciones ya califican como una clara crisis de salud ante la que las autoridades no están respondiendo adecuadamente.

“Lo que más me duele, lo que más me pesa, es tener que levantarme en las mañanas y tener que usar fentanilo, forzosamente, porque si no no puedo hacer nada. Los huesos duelen, la mente no deja de pensar en eso, no me concentro. Si no uso, yo no puedo hacer nada”, describe Arroyo, de 53 años. Su historia es la de muchos. Nacido en Uruapan, Michoacán, la pobreza le hizo cruzar a Estados Unidos, lo intentó tres veces hasta que se asentó en California. Trabajó en una fábrica y de lavaplatos. “Escalé hasta llegar a cocinero”, cuenta orgulloso. Se juntó, tuvo un hijo. La vida seguía. Tras 20 años en Estados Unidos lo expulsaron por manejar tomando alcohol. Era la tercera vez, fue encarcelado y devuelto en 2013 a un país que ya no conocía. Desde entonces, la espiral.

Se enganchó a la heroína y después a las terapias, a la metadona, a los centros de rehabilitación para salir de ella. Lo consiguió una vez. Trabajaba con una empresa recogiendo la basura en la plaza Río de Tijuana y decidió poner pausa e internarse. Salió a los tres meses, limpio. Recuperó su trabajo y aguantó un año sin consumir hasta que la compañía quebró. “Me debían seis meses. Eso te parte el suelo: de repente me vi sin un peso, sin un lugar para dormir”, narra con tristeza este hombre amable de ojos grandes. Ya en la calle llegó al fentanilo: “El efecto era como el de la heroína, pero mucho más fuerte. La cantidad que tenía que usar era menos, me costaba menos dinero”. Tras el episodio con la policía, lo recibieron para darle atención médica en la organización Prevencasa en 2019. Ellos le han dado un cuarto en el que vivir y un pequeño trabajo de mantenimiento en el centro. “Gracias a que estoy aquí y tengo cosas que hacer, no me siento tan presionado en hacerlo otra vez. Allá fuera era una dosis tras otra, una tras otra”.