https://www.high-endrolex.com/17 Umbral
Creando estilos de vida sanos

Doparse para vivir

Tranquilizantes en la izquierda, estimulantes en la derecha. Así describía el periodista Michael Herr los bolsillos de los soldados en la guerra de Vietman. Y así aprendió a sobrevivir Andrés (nombre ficticio), contrarrestando los efectos de las benzodiacepinas con estimulantes. Comenzó a tomarlos para calmar los nervios que le producía terminar un máster que necesitaba “para acceder a un puesto de trabajo mejor”, confiesa. Después del máster llegó la ansiedad laboral y, más tarde, un duelo. Luego, una ruptura. Cualquier tipo de ansiedad lo mitigaba con psicofármacos: “El problema es que te recetan este tipo de fármacos sin saber si puedes desarrollar algún tipo de adicción, como me pasó a mí”, lamenta.

A Nacho (nombre ficticio) su primera caja se la dio su madre cuando apenas tenía 15 años: “Tenía un examen y no era capaz de soportar la ansiedad”, y confiesa que, a partir de ese momento, se convirtió en la solución de todas sus ansiedades. Nacho descubrió que estas pastillas le quitaban cualquier tipo de sufrimiento y no paró: “Todo el mundo quiere evitar el dolor, es muy fácil engancharse a esto”. 

Fácil engancharse y sencillo conseguir esta 'droga social': “Siempre hay alguien dispuesto a darte algo que ‘le va bien’”, reconoce. Y si no había nadie, Nacho encontraba la manera. Una visita a urgencias, un par de lamentos y veinte minutos más tarde ya había conseguido una caja de pastillas con la que podía solucionar sus problemas.

Alfredo (nombre ficticio) llegó a tomar 620 miligramos al día. Su rutina consistía en salir a la calle con un bolsillo lleno de benzodiacepinas y una botella de agua en la mano. Empezó a consumir para aliviar la tensión del trabajo. “Tengo lo que necesitas”, le dijo el médico: “Tómate una para dormir y si necesitas te tomas otra, tú no te preocupes”. Y Alfredo le hizo caso, llegando a consumir 120 pastillas al día. Hasta que un día tuvo un accidente de coche cuando llevaba a su hija al colegio. Perdió la custodia, su pareja lo abandonó y el trabajo para el que se medicaba desapareció: “Uno no piensa que el médico te puede mandar algo que puede destrozarte la vida”, reflexiona. Hoy lleva 17 años sin tomar una sola pastilla y parte de su rehabilitación consiste en concienciar a otros para que su historia no se repita.

Gemma Maudes reconoce el aumento de los casos, pero con una importante advertencia al pasado: “El consumo de hipnosedantes y benzodiacepinas siempre ha estado, lo que pasa es que ha estado muy invisibilizado”.

Un problema para las arcas públicas

El consumo de psicofármacos no es solo una cuestión de salud pública, con los años se ha convertido en un problema económico. Según los cálculos de Cano-Vindel, tratar los costes derivados de los trastornos emocionales y de ansiedad asciende hasta los 23.000 millones de euros.

La mayor parte de esta cifra se la llevan los gastos no sanitarios, “por un lado tenemos las bajas laborales derivadas de no tratar bien los trastornos emocionales y, por otro, las bajas de discapacidad permanente derivadas de los mismos. Esto supone mantener una ayuda de por vida a gente que tiene una esperanza de vida todavía muy alta”, afirma Cano.

Este problema podría atajarse aumentando la ratio de psicólogos en la atención primaria. Según el estudio clínico PsicAP (Psicología en Atención Primaria), el tratamiento psicológico consigue la disminución del consumo de psicofármacos y la hiperfrecuentación a las consultas de Atención Primaria.

“Está demostrado que con un tratamiento de 7 sesiones de tratamiento se puede evitar el uso de psicofármacos”, afirma el catedrático. Lamentablemente España apenas cuenta con una ratio de 6 psicólogos clínicos por cada 100.000 habitantes, frente a los 18 por cada 100.000 que tiene como media la Unión Europea.

Daniel advierte de las consecuencias de no hacer este tipo de cambios en el sistema de salud: “Si no hacemos esta inversión en la Sanidad Pública, a medio-largo plazo vamos a recibir todas las consecuencias de tener una sociedad medicalizada, quizás adicta, en la que la benzodiacepina de turno será como el café de la mañana para ir a trabajar: parte del menú diario”.

“Yo tuve que tocar fondo y sentirme muy mal para entrar en rehabilitación. Si con mi testimonio la gente se lo pudiese ahorrar, me daría por satisfecho”, dice. Se despide y vuelve a terapia. Aún queda mucho trabajo por hacer.