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Creando estilos de vida sanos

Me llamo Daniel

Empecé a consumirla solo un día en el fin de semana, después todo el fin de semana, hasta que conocí a mi ex cuñado. Para poder consumir, les compraba droga para los demás y él se quedaba siempre con algo, y ese algo al final del día era un montón de droga que la venía a consumir a mi casa a la noche.
Esto pasaba casi día por medio, hasta que mi ex mujer empezó a ver la frecuencia que consumíamos y empezó a decirme que tenía que dejar. Como yo no quería dejar empecé a distanciarme de mi ex cuñado y a empezar a consumir solo, hasta que tuve una pelea muy grande con ella y le conté que seguía consumiendo y ahí nos separamos.
Mi ex cuñado ya había dejado la droga porque iba a una iglesia evangélica y me dijo si quería ir y eso hice. A partir de ahí dejé la droga, pero yo por dentro seguía mal porque lcon el consumo buscaba «bajar un cambio» y poder estar bien con los demás y estar de buen humor.
Al dejarla estaba de mal humor o era muy agresivo con los demás; siempre estaba muy nervioso. Así pasaron casi 14 años hasta que un día, cocinando con alcohol decidí volver a tomar una copa, y después fue una botella. Volví a tomar el fin de semana y después todos los días. Ya no me alcoholizaba, pero cuando no tomaba, me ponía de mal humor.
Tenía problemas de nuevo de adicción, pero esto me servía para «bajar un cambio» de los nervios del trabajo. En ese momento era chofer de taxi y dejaba el auto a 25 cuadras de mi casa e iba caminando con el objetivo de tranquilizarme. Pero no servía de mucho. Sabía que tenía que hacer algo con el tema de mis nervios porque iba a terminal mal, con ACV a los 50 o 60 años, y eso para mí no lo quería.
Aun así, no tomaba nunca la decisión de hacer algo. Hace casi 4 años, en el verano, me fui de vacaciones con mi familia y un día sucedió una situación con mi ex esposa y mis hijos: me peleé y me volví a Buenos Aires. En el lapso que ellos seguían en la costa, una amiga me decía que tenía que hacer algo con es furia que tenía encima y me dijo «Si querés te contacto con un psicólogo», y fui.
No era un psicólogo era un lugar donde trataban a personas con problemas de adicciones que quedaba en Ramos Mejía. Cuando me hicieron los papeles para que lleve a la obra social y los presento en la misma, me dicen que ese centro ellos no estaba dentro de la cartilla de prestadores y se comprometieron en conseguir uno en Capital Federal. Mientras tanto, yo seguía yendo a Ramos Mejía.
Un buen día suena el teléfono y me dicen que me habían encontrado un lugar que se llamaba Valorarte y que me comunique con ellos para empezar ir ahí. Así hice y empecé los grupos de admisión.
Mi primer día de tratamiento no conocía a casi nadie y eran todos chiquitos menos uno que se llamaba Gustavo, que lo conocía de los grupos de admisión. Un día me dicen: «Vamos a merendar» y por dentro pensé: «¿¡Qué?! ¿Leche? Yo ni ahí y menos tomarla con estos nenes»
Me costaba mucho conectarme con mis sentimientos. Un día hacemos una Convivencia (grupos de dinámicas terapéuticas) y hacemos una técnica que se llama EMDR. Me conecté con tres situaciones que fueron muy difíciles para mí y que yo pensaba que las tenía totalmente superadas. Era mucho el dolor que salió de golpe.
Después de esa jornada empecé a conectarme con todas las cosas que me jodieron en mi vida y con esos sentimientos que yo había tapado. Poco a poco me fui sintiendo mejor por fuera y por dentro. Ya no hacia el tratamiento solo para recuperar mi familia sino: lo hacía por mí y las cosas con mi familia solas fueron cambiando: la relación con mis hijos fue creciendo, mejorando y profundizándose. A mi ex mujer no la recuperé, pero si vi todos los errores que cometí en la pareja y al verlos ya sé dónde no volver a tropezar.
De ser chofer de taxi llegué a ser dueño de un taxi: ¡cumplí un sueño de toda la vida! El trabajo no afecta a mis nervios, soy afectuoso con mis hijos: ellos ahora tiene un papá. Todo ese se lo debo al tratamiento que hice en Valorarte, a mis compañeros y sobre todo al grupo de profesionales de esa Institución que no van atrás de un billete sino que van atrás de la recuperación de un individuo, de su socialización, de su felicidad y llegar a lograr todo lo que se proponga.
Me viene a la memoria uno de mis primeros días en tratamiento; el director terapéutico me dijo «A partir de hoy dejaste de perder» y yo por dentro me decía «Este me está tomando el pelo». Y así lo pensé durante mucho tiempo porque mi vida no mejoraba para nada y eso fue por un buen tiempo. Pero un día, con mucho trabajo, se dio vuelta la tortilla y empecé a ganar por todos lados: a mis hijos, un taxi y por último una mujer maravillosa a la cual aprendí a querer y amar bien y sananamente, sin lastimarla.
Qué más puedo pedir. En tres años de vida, al final, Sergio Landini tenía razón: ahora puedo decir que soy feliz con la vida que llevo y no necesito nada externo para poder serlo.