Cuatro Cervezas y una Tarde Perfecta.
Soy Ana, tengo 29 años. El otro fin me junté con tres amigos que no veía desde hacía meses, después de estar todos atrapados en la rutina. Nos encontramos en una terraza al atardecer, cada quien con su cerveza —yo pedí una artesanal de trigo que nunca había probado.
Empezó con risas casi tímidas, anécdotas de vacaciones pasadas, bromas sobre lo ridículos que fuimos en alguna peda anterior, historias de trabajo, sueños que no habíamos contado. La cerveza fresca nos acompañaba: su espuma ligera, su sabor suave, algo cítrico.
En un momento pensé “¿cuándo fue la última vez que simplemente respiré y disfruté así?”. Nos dimos cuenta de que no hacía falta nada más: buena compañía, buen clima, algo de música suave, ese chopp frío que baja perfecto.
Cerramos con el cielo naranja, ya casi noche, las luces de la calle encendiéndose. Nos despedimos con abrazos, sintiéndonos más cercanos de lo que habíamos estado en años. Esa tarde me recordó lo mucho que valen los pequeños momentos —y lo gratificante que puede ser tomar una cerveza sin prisas, apreciando todo lo demás.
|