Del placer al peligro: cómo la comida chatarra arruinó mi salud
Me llamo Rodrigo Martínez, tengo 34 años y hasta hace un año nunca me preocupé por lo que comía. Durante más de una década, mi dieta consistía en hamburguesas, pizzas, papas fritas, refrescos y una cantidad ridícula de dulces. Era lo más rápido, lo más barato y, para qué negarlo, lo más sabroso.
Como trabajaba muchas horas frente a la computadora, rara vez cocinaba. Desayunaba un café con pan dulce, almorzaba comida rápida y en la cena pedía algo por alguna app. Si me daba hambre entre comidas, lo resolvía con papas fritas o barras de chocolate. Nunca pensé que me iba a pasar factura tan rápido.
A los 32 años empecé a notar que me cansaba más. Subía dos pisos por las escaleras y me faltaba el aire. Dormía mal, me dolía el estómago casi a diario y mi piel comenzó a verse apagada. Pero lo ignoré, pensando que era estrés.
Hasta que un día, mientras estaba en una reunión en línea, comencé a sentir un dolor muy fuerte en el pecho. Pensé que era acidez, pero el dolor no se iba. Terminé en urgencias. Tenía la presión por las nubes, niveles altísimos de triglicéridos y un principio de hígado graso. El médico fue directo conmigo: "O cambias tu alimentación o en pocos años podrías tener un infarto, diabetes o ambos".
Me costó aceptar que yo mismo había causado esto. Mi alimentación me estaba matando poco a poco, y lo peor era que me parecía algo "normal". Desde ese momento decidí hacer cambios radicales. Dejé los refrescos, los fritos y los ultraprocesados. Empecé a cocinar en casa, a comer frutas, verduras, legumbres. Bajé 18 kilos en 9 meses y ahora mis análisis salen mucho mejor.
Comparto esto porque ojalá alguien lo lea antes de llegar al límite como yo. La comida chatarra puede parecer inofensiva, pero cuando se convierte en hábito, se vuelve una trampa peligrosa. No esperes a que tu cuerpo grite para hacerle caso.
|