Testimonio de Enrique: De la juventud perdida a la recuperación
Mi nombre es Enrique, tengo 32 años y nací en el municipio de Izcalli, Estado de México. Crecí en un hogar donde mi madre trabajaba todo el día para mantenernos, y mi padre nunca estuvo presente. Desde pequeño, sentí la ausencia de una figura paterna y, en busca de compañía y aceptación, me uní a un grupo de chicos del barrio. Fue con ellos con quienes probé el alcohol por primera vez a los 14 años.
Recuerdo que la primera bebida que tomé fue un rompope de sabor piñón. No era mi intención emborracharme, solo quería saber qué se sentía. El sabor dulce y el calor que sentí en mi pecho me hicieron sentir parte de algo, me dieron una sensación de pertenencia que nunca había experimentado. Esa noche, aunque no me embriagué completamente, algo dentro de mí cambió.
Con el tiempo, las reuniones con amigos se convirtieron en reuniones con alcohol. Las fiestas, las celebraciones y hasta los momentos de tristeza siempre tenían una botella de por medio. A los 16 años, ya estaba tomando con frecuencia y mis estudios comenzaron a verse afectados. Fui dado de baja en la secundaria debido a mi comportamiento y a las malas decisiones que tomaba bajo los efectos del alcohol.
Mi madre, preocupada por mi futuro, me envió a vivir con mis abuelos. Pensó que el cambio de entorno me ayudaría, pero solo empeoró las cosas. En lugar de mejorar, me junté con personas que consumían drogas y alcohol en exceso. A los 18 años, ya era un joven perdido, sin rumbo y sin esperanza.
A los 22 años, después de una noche especialmente difícil en la que casi pierdo la vida en un accidente automovilístico por conducir ebrio, decidí que ya no podía seguir así. Busqué ayuda en un centro de rehabilitación en la Ciudad de México. Allí, conocí a personas que, como yo, habían tocado fondo y estaban luchando por salir del abismo del alcoholismo.
El proceso de rehabilitación fue largo y doloroso. Hubo momentos en los que quise rendirme, pero el apoyo de mis compañeros y terapeutas me dio la fuerza para seguir adelante. Aprendí a enfrentar mis demonios internos, a reconocer mis errores y a perdonarme a mí mismo.
Hoy, después de 10 años de sobriedad, puedo decir que he reconstruido mi vida. Trabajo como técnico en mantenimiento y, aunque no gano mucho, vivo con dignidad. Tengo una pareja que me apoya y una hija pequeña que me da fuerzas para seguir siendo un mejor hombre cada día.
Mi historia no es única. Hay miles de jóvenes como yo que, por falta de orientación o por buscar aceptación, caen en las garras del alcoholismo. Pero también hay esperanza. Si yo pude salir, cualquiera puede hacerlo. Solo se necesita voluntad, apoyo y la decisión de cambiar.