Creando estilos de vida sanos

La historia de una joven con ocho identidades distintas

Macarena Ovando vive con trastorno de identidad disociativo –antes conocido como trastorno múltiple de la personalidad-, una condición mental producida por eventos traumáticos vividos en la niñez y que, como consecuencia, provocan que la identidad se fragmente a temprana a edad. Así, durante su vida, la joven ha desarrollado ocho personalidades distintas. Macarena Andrea Ovando empezó a escuchar voces desde que tenía diez años. Cuando dormía, escuchaba cómo una voz la llamaba: “¡Macarena!, ¡Macarena!”. Aquellos sonidos, a veces, eran tan fuertes que no la dejaban dormir. Cuando trataba de buscar la fuente de esos gritos, se encontraba con la nada. Una vez, incluso, se lo confesó a su madre esperando que pudiera ayudarla. Pero la respuesta no fue la que esperaba: le dijo que orara y que Dios se encargaría de eso. Así, con el pasar del tiempo, las voces se convirtieron en murmullos constantes en el fondo de su cabeza, los que tuvo que aprender a ignorar. Sin embargo, cuando entró a la universidad en 2015, la situación llegó a un punto crítico: las voces le hablaban tan fuerte que no podía conciliar el sueño. Si normalmente descansaba unas pocas horas en la noche debido al murmullo que escuchaba siempre, sus horas de sueño terminaron en cero. Así, pasó días sin dormir, hasta que decidió ir al psicólogo y al psiquiatra. “No le quise explicar que escuchaba voces porque me dije: ‘si le digo que escucho esto, me va a meter en un psiquiátrico esta señora en un dos por tres’”, recuerda Macarena. Antes de seguir con su intervención, la joven comenta que quien habla es Andrea, de 24 años, una de las personalidades que controla su cuerpo la mayoría del tiempo. De hecho, según agrega, ninguna de las identidades que la habitan se identifica con el nombre de Macarena. Este último sólo es el nombre del cuerpo en el que están. Cuando ella se acercó a terapia buscando poder conciliar el sueño, le recetaron benzodiazepinas para poder dormir. Pese a los medicamentos, la joven sentía que no podía comunicarse libremente con los psiquiatras y psicólogos. “Algo como que no hacía click. Uno de ellos me dijo: ‘si no pones de tu parte, entonces esto no va a funcionar’”, explica. De esa manera, pasaron siete años en los que estuvo visitando distintos profesionales de salud mental. Además de las voces que escuchaba, tenía lagunas mentales donde no se acordaba de horas o días enteros. Por ejemplo, en el 2019 y en medio de las protestas del estallido social, la joven tomó el metro para evitar los disturbios que ocurrían en la Alameda. “Recuerdo haber marcado la tarjeta y bajar al andén, y de repente aparecí en pleno centro. No sé en qué momento salí del metro”, relata. En esos intentos de comprender lo que le pasaba, tuvo varios diagnósticos: en un principio, en 2015, le dijeron que sufría de distimia, una forma de depresión más leve, pero de larga duración y también conocida como trastorno depresivo persistente. Luego, en 2020, le hablaron de la posibilidad de padecer de trastorno límite de la personalidad. Hasta que llegó el 2022. Ese año, la joven estaba trabajando en un ambiente laboral que le exigía demasiado y terminó con depresión. Ayudadada por varios psicólogos y psiquiatras que la atendieron, fue derivada a un equipo de especialistas expertos en piscotrauma. Amelia Benavente, psiquiatra del Hospital Barros Luco Trudeau y quien fue uno de los doctores que atendió a Macarena, dice que para diagnosticarla realizó “una evaluación diagnóstica que se complementó con la de una psicóloga del equipo de ese momento”. Así, una vez llegó mayo, la psicóloga la sentó en su oficina y le dijo: “Creemos que tienes trastorno de identidad disociativo”. De esa manera, por fin entendió por qué escuchaba voces: eran identidades tratando de comunicarse con ella. El trastorno de identidad disociativo (TID) -llamado trastorno múltiple de la personalidad hasta 1994-, es causado por eventos traumáticos sostenidos en la infancia de la persona. Estos mismos acontecimientos generan tal nivel de estrés, que el infante responde disociándose de la situación. Esta disociación llega a ser crónica, y es lo que finalmente provoca que la identidad no se integre como una sola, sino que se fragmente. Estos fragmentos son lo que después se llama como “partes” o, coloquialmente, personalidades. Los síntomas que la persona genera con este trastorno es que escuche voces o tenga amnesia. Una vez que la psicóloga le explicó a la joven de qué trataba la condición, le dio instrucciones de lo que tenía que hacer: lo primero era hacer un mapeo de todas las personalidades que habitaban en ella. –¿Cómo se supone que voy a hacer un mapeo de las personalidades, si ni siquiera sé cómo son? –le preguntó–. La sugerencia de su psicóloga fue simple, aunque contradecía todo lo que había hecho durante su vida, el consejo que había seguido de su madre. –Tú escuchas voces. Ponles atención. De a poco te irán contando lo que te quieran comunicar –le indicó–. –¿Cómo les pregunto? ¿Hago una pregunta al aire? –le contestó–. –Imagínate que le preguntas a alguien nomás–, le respondió. Así, ella se dirigió por primera vez a aquellas voces que siempre ignoró y temió. A pesar de que se sentía tonta por tener que dirigirse a la nada, les preguntó: “¿Quiénes somos, cuántos somos?”. La respuesta llegó horas después, cuando terminó la sesión con su psicóloga y se estaba yendo a unas clases de baile. En un minuto estaba sentada en el Metro y de la nada su consciencia reapareció en un Starbucks: no sabía cómo había llegado allí, pero el teléfono que sostenía le dio pistas de lo que pasó. En las notas del dispositivo, una de sus personalidades le dejó un mensaje: “Me habló de cuántos creía que éramos, más o menos cómo era cada uno, pero no se sabía los nombres. Luego borré la nota porque me dio cringe”, recuerda. Quien le dejó el mensaje fue Christopher, un hombre de 39 años. Actualmente, es una de las únicas personalidades de las cuales ella sabe cómo luce: pudo verlo físicamente en un sueño. “Fue súper freak, porque en general, mis sueños son pesadillas o cosas muy cotidianas (…) Entonces, soñé que me levantaba, iba al baño, me mojaba la cara y cuando me veía al espejo no era yo. Era Christopher”, cuenta. En ese momento, la joven vio cómo un hombre de pelo negro, ojos rasgados y mirada seria le devolvía la mirada en el mismo reflejo. Y con eso, comenzó a conocer sus características psicológicas: Christopher era callado y observador, y cuando tenía que hablar, lo hacía de manera golpeada y cortante. “Él es cosa seria. Complicado. Yo siempre digo que es como un viejo depresivo. Cascarrabias”, describe. Una vez que se conocieron, las cosas se fueron haciendo un poco más fáciles. Christopher le empezó a dar más información sobre las identidades que habían dentro de ella: la segunda personalidad que conoció fue Alexandra, una mujer de 32 años. La joven la describe así: “Ella es como la adulta responsable de este grupo. Es como una mina súper empoderada y segura, como súper resolutiva. Es bien pragmática”. La hermana de Macarena, Yani Ovando (33), cuenta que esa es una de las personalidades que toma el control del cuerpo, a veces, cuando está manejando. En especial, cuando hay una confrontación: “Cuando un tipo le tira el auto, la que va a salir o suele enfrentar la situación es Alexa. Si hay que hacer funcionar algo contra alguien que esté molestando”, indica Yani. El siguiente que conoció fue a Noah, un joven de 23 años. Si bien Macarena nunca lo ha visto como vio a Christopher, tiene una vaga idea de cómo es: en su cara redonda tiene pecas y ojos claros, además de llevar el pelo corto. La joven estima que es un poco bajo, pues mide cerca de 1,60 metros. Además, usualmente el joven lleva pantalones rotos y polerones. “Lo poco que sé de él es que es muy introvertido y que sabe mucho de todos. A mí se me hace que es una especie de mensajero. Más o menos va comunicando entre nosotros esos vacíos que de pronto pueden rellenarse, pero no siempre puede y no es tan fácil”, explica. Luego conoció a Mako, una niña de cerca de ocho años. Supo de ella cuando estaba en una sesión con su psicóloga, y la pequeña tomó el control del cuerpo cuando vio que habían libros para colorear en el escritorio de la profesional. Una de las actividades que le gusta hacer a esa representación de su personalidad es ver series como True Blood. “Me di cuenta de que hay cosas que ella no entiende. Por ejemplo, cuando estábamos viendo la película Enredados, alguien le dijo que la mamá no era tan mala porque le iba buscar pinturas a Rapunzel. Pero ella dijo que no lo entendía. Como que no le cuadraba que fuese ligeramente amable. Hay cosas más abstractas que no entiende, como que todo es blanco o negro. El gris no lo entiende”, explica. La última identidad que la joven conoce es Karen. Asegura que no sabe su edad con exactitud, pero es mayor que Christopher. Dentro de todas las personalidades, la describe como la voz de la razón y la que se encarga de cuidar a su hermana, Yani, cuando esta última necesita ayuda. “Si ella dice que vamos a la luna, nadie la pone en duda. Porque, probablemente, ella ya hizo un análisis de la situación como para que le hagamos caso”, indica. Aunque Yani sea la hermana mayor, la joven recuerda que Karen aparecía cuando estaban en aprietos cuando eran pequeñas o necesitaban realizar quehaceres en casa. “Para mí, que la he conocido toda la vida, Karen es como la hermana que decía: ‘ya, yo limpio, yo lavo y tú cocina’. Esa figura de hermana mayor, de protegerme. Incluso, si yo me siento mal, ella me hace la comida o me lleva algún medicamento. Y por otro lado está Mako, que en verdad es como la hermana chica que te hincha las pelotas, que corre todo el rato, que agarra tus cosas”, se ríe Yani. Esas son las únicas personalidades de las que Macarena tiene conocimiento. Del resto, que son dos, solo sabe de su existencia porque Christopher se lo ha comentado. Según Nicolás Rodríguez Del Real, psiquiatra del Grupo DBT Chile, el trastorno de identidad disociativo se desarrolla en las personas a temprana edad cuando viven eventos traumáticos de manera sostenida en el tiempo. La condición, típicamente, se genera antes de los seis años. “Tenemos que entender que este es un trastorno del desarrollo postraumático. Se da en circunstancias donde el niño o la niña se enfrenta a una realidad en la que la persona que te cuida es la misma persona que te agrede. Y el niño no tiene la posibilidad de escapar, no tiene alternativa”, explica Rodríguez. Así, cuando la persona vive estos eventos traumáticos, la respuesta natural de parte del infante es la disociación. Esto, en palabras simples, provoca que la identidad –que en un contexto normal se convertiría en una sola–, se fragmente. “Esta contradicción que el niño enfrenta, donde necesita a este cuidador pero a la vez le teme, hace que haya un quiebre en la formación de la identidad”, indica Rodríguez. De esa manera, cada parte fragmentada se convierte en una personalidad por sí sola. Junto con esta separación de identidades creada por el trauma, viene también la amnesia. De acuerdo con Rodríguez, las personas que viven con este trastorno reportan desde tener lagunas mentales en las que no recuerdan qué hicieron en momentos determinados del día, hasta desconocer qué pasó en largos períodos de sus vidas. Por ejemplo, pueden no tener idea sobre años completos de su infancia o adolescencia. Esto se debe a que la persona que sufre el trastorno tiene switchs constantes, es decir, se disocia y una identidad cambia a otra, tomando el control del cuerpo. Usualmente, cuando la condición no está tratada, cada personalidad no sabe de la otra. O sea, hay amnesia entre ellas. “Lo que predice que va a haber más amnesia disociativa es que el abuso sea por parte de una figura de cuidado o significativa, que haya una amenaza explícita que exija mi silencio y que pueda haber una realidad alternativa en el entorno. Esto último quiere decir que, por ejemplo, en la casa se sientan inseguros y en el colegio hagan vida normal”, explica el psiquiatra Rodríguez. El caso de Macarena es así. Si bien la joven aclara que no se siente preparada emocionalmente para compartir detalles sobre los acontecimientos traumáticos que vivió, sí da pequeños indicios de lo que ocurrió. “Recién estoy procesando haber vivido violencia intrafamiliar de parte de mis papás (…) Mi familia nunca fue muy funcional: mi papá fue siempre proveedor, pero ausente. Mis papás se separaron cuando estábamos muy chicas, entonces con mi mamá después vivimos en distintos lados. Y en esos distintos lugares, no sé si fue acá primero o allá después, y si vivimos con alguien, no me acuerdo de ese alguien. O sea, es una historia muy dispersa”, relata. Esa es otra de las razones por las que no puede comentar más sobre lo que vivió en su infancia: tiene vagas ideas de lo que le pasó producto de la amnesia. Por ejemplo, recuerda muy poco de cuando era niña o estaba en la adolescencia. “Es difícil llegar a una narrativa de mi infancia, porque tengo pocos recuerdos, pero sé que pasaron cosas. Muchas de las cosas que creo saber, pienso: ‘¿será verdad o no?’. Dudo de si fueron un recuerdo o no. Y así tengo muchos recuerdos, que tampoco sé dónde ubicarlos en el espacio temporal de mi vida, porque no sé en qué punto de mi historia fueron”, explica. “Por eso, de lo que más puedo hablar es sobre lo de la violencia intrafamiliar, y es porque mi hermana también lo puede confirmar”. De acuerdo a la joven, hay personalidades que sí tienen recuerdos más específicos sobre el trauma que vivió. Por ejemplo, Christopher. “Una de las teorías que tiene mi terapeuta es que, probablemente, las experiencias traumáticas que tuvimos fueron tan heavys, que hay partes (personalidades) que disocian el dolor físico. Y solo sostienen el dolor emocional. Si sostuviera ambas cosas, sería demasiado para mi cerebro”, cuenta. Esto último se explica porque el cerebro crea cada personalidad con una función. “Generalmente, estas partes (personalidades) se desarrollan con un objetivo. A grandes rasgos, hay algunas que están muy dirigidas y fijadas en el trauma, y que tienen relación a respuestas defensivas. Y hay otras que están dirigidas a funcionar en la vida diaria”, indica el psiquiatra Nicolás Rodríguez. También pasa así en el caso de Macarena. Por ejemplo, esa es la razón por la que Alexandra es una personalidad mucho más confrontacional que las otras y toma el control del cuerpo cuando hay que enfrentar a alguien. O en el caso de Karen, quien empezó a crearse para cuidar de la joven y su hermana cuando eran pequeñas. De los roles específicos que cumplen los demás, la joven aún no tiene claridad de su rol. Cuando recibió su diagnóstico, varios aspectos de su pasado empezaron a hacerle más sentido:empezó a acordarse de todas las veces en las que amigos o personas conocidas le decían que había hecho o dicho tal cosa y ella no tenía recuerdo alguno. Se dio cuenta que, esos momentos de los que ella no se acordaba, probablemente otra personalidad tomaba el control del cuerpo. “Asumí toda mi vida que era tonta y tenía mala memoria”, cuenta. Por ejemplo, recuerda que su época de universidad, cuando estudiaba Ingeniería Civil Industrial, era cuando lo notaba más. Ella se preparaba para las pruebas incansablemente, estudiaba todos los días después de clase y se quedaba en la biblioteca de la universidad hasta que cerraba. Sin embargo, cuando llegaba el día de la prueba, sufría de un switch y llegaba una personalidad que no conocía la materia. También le pasó con su pareja, Pam (28), quien decidió no dar su apellido para este reportaje. Una vez una de sus personalidades, Andrea, le comentó que era una de las únicas relaciones que sentía que era perfecta, pues no habían terminado nunca. “Ella me dijo: ‘pero si tú terminaste conmigo’. Y claro, yo en mis recuerdos nunca he terminado con ella, si la quiero tanto. Entonces, ella me dijo que habíamos terminado. Y no una vez, un par de veces”, aclara. Sin embargo, Pam se acostumbró a estas situaciones, pues conoce a las personalidades —antes de saber que eran identidades diferentes—, desde el 2017. Sin embargo, reconoce que en un principio, cuando no sabían del diagnóstico, sí se sentía perdida en cómo tratar a su pareja. A veces sentía que lo que le decía era contradictorio, por ejemplo, un día le podía decir que le gustaba una comida y al otro día o no. En algunas situaciones, eso provocó discusiones. “Hay que ir adaptándose y trabajar cada cosa de a poco, pero yo siempre lo he hecho desde mis límites. Muchas veces, Mako o todos, me preguntaba al principio del diagnóstico si podía diferenciarlos, y yo sé que era algo necesario para el trabajo terapéutico, pero les decía que no podía hacerlo porque es muy agotador. Puedo relacionarme bien con cada uno, pero no estar pendiente de quién está o no”, dice Pam. Actualmente, la joven se ha ido adaptando y ya no suelen discutir por ese tipo de confusiones. Estoy tratando mi pareja, que tiene sus cosas y su manera de ser. Pero que haya encontrado el nombre de lo que realmente le pasaba fue mejor, porque se conoce internamente y trabaja cosas que son necesarias abordar”, aclara Pam. A pesar de ello, su pareja renunció a la idea de tener amigos o establecer relaciones más profundas. “En el fondo me decía: ‘si yo voy a estar con alguien, tiene que conocerme en todas las facetas que tengo’. Como de repente ignorar, hablar pesado, o hacer cosas que luego no me acuerdo de que hago. Entonces una persona que vea todas esas partes de mí igual es heavy. Es como más íntimo”, explica. Para el psiquiatra Nicolás Rodríguez, el rechazo a relacionarse con los demás es uno de los muchos efectos que tiene el vivir con este trastorno. “Las personas con este trastorno arrastran mucho sufrimiento. No solo al trauma, sino que arrastran una vergüenza identitaria: dicen que soy una basura, soy un asco, que no sirven para nada. Tienen muchas dificultades al establecer relaciones con otro, y a veces, fallan al distinguir claves que son dañinas en el otro. Entonces, terminan relacionándose nuevamente con alguien les hace daño”, indica. Andrea siente que su calidad de vida se ha visto disminuida por el trastorno. “Yo siento que es súper complicado vivir así. Sin saber qué hiciste, sin saber qué dijiste. Por ejemplo, ahora estoy haciendo un curso de peluquería y estoy cruzando los dedos de que todas las cosas que he ido estudiando las haya ido aprendiendo. Que se note un cambio a cuando estaba estudiando ingeniería”, dice. De acuerdo con el psiquiatra Nicolás Rodríguez, recalca que este trastorno sí tiene tratamiento: consta de tres fases. La primera se trata de darle estabilización y seguridad a la persona, que aprenda a autorregularse y que distinga del pasado y el presente. Esto aumentaría la comunicación entre las personalidades, lo que provocaría entrar a la fase dos, que es reconocer el trauma. La fase final es la integración: que todas las partes fragmentadas se conviertan en una sola. “Este tratamiento disminuye el estrés postraumático, la conducta suicida y la hospitalización. Aumenta la autocompasión. Y eso es fundamental para tener una mejor calidad de vida”, indica Rodríguez. A la protagonista de esta historia esa idea de la integración le parece lejana. “Al final, buscar integrarse es como hacer un pan amasado y querer mezclar la harina, pero ni siquiera tienes agua. Primero hay que ir sanando, ir trabajando tú en tus trancas, adquiriendo más herramientas emocionales. A lo mejor voy a ser un sistema de personalidades toda mi vida, pero quizá voy a tener más y mejor conocimiento de lo que hice hace tres horas atrás. No voy a perder tantas horas del día”, concluye.