Soy Paola enferma alcoholica
Conforme fueron pasando los años estas
incapacidades se fueron manifestando de manera más
continua, eso me hacía sentir inútil, en desventaja,
triste y enojada porque no lograba entender porque
era así. Me daban ganas de no salir de casa, lloraba
de frustración, sentía desesperación, tenía miedo
para comunicarme y expresar lo que sentía, no sabía
cómo pedir ayuda, creía que con el tiempo o
esforzándome más: me lograría sentirme mejor,
pero muy pocas veces lo lograba.
Mi adolescencia no fue fácil, me sentía muy
acomplejada por mi físico, no veía bien de lejos,
quería acercarme a los chavos pero me daba temor el
rechazo. Mi relación con mi padre empezó a volverse
muy distante al igual que con mi madre y tenía
resentimiento hacia mi hermana porque yo no podía
ser como ella; esos sentimientos y esas emociones
hicieron que empezara a salir de casa, preferí estar en
la calle y evadir mis responsabilidades, empecé a faltar
a clases a mentir para poder andar con mis compas
de cuadra. Hasta ese momento, yo recuerdo que no
quería beber, ya había tenido experiencias con
familiares que consumían alcohol por eso yo juraba
que no tomaría.
Primer testimonio
Fui creciendo y tuve mi primer contacto con el alcohol,
lo hice por quedar bien con mis amigas, recuerdo que
la pasé muy mal, me dio una congestión alcohólica.
Siguieron pasando los años y cada vez me sentía más
sola, deprimida y ansiosa. Con ganas de hacer muchas
cosas, pero no podía hacerlas y eso me frustraba. Me
sentía siempre en desventaja y en competencia con las
demás mujeres, yo sentía mucho sufrimiento. Mi
manera de beber cada vez fue más intensa, salía a
estas, eventos, reuniones y empezaba a necesitar
alcohol para poder divertirme, para poder bailar, para
poder hablar con algún chico e incluso para poder
tener relaciones sexuales, pero esa sensación de
incapacidad y soledad no desaparecía, solo cuando
consumía alcohol y por unas cuantas horas. Mis
crudas empezaron a ser más fuertes, las lagunas
mentales eran constantes junto con la cruda moral que
sentía, porque había atrocidades que había hecho y
recordaba como: peleas, robos y más. Me espantaba,
pero no le daba importancia, creía que con moderar o
controlar mi manera de beber ya no pasaría de nuevo y
no fue así. Todo fue cada vez peor, al grado de
terminar afuera del metro dormida, caminar a altas
horas de la noche por la calle, venderme por unos
tragos y arriesgar mi vida por completo.
Yo ya había perdido mi relación con mi padre, con mi
madre, con mis hermanas, estaba sin trabajo, sin
amigas, con una salud muy débil, sin dignidad, sin
autoestima; empecé a buscar ayuda y empecé a ir a
terapias psicológicas, reiki, coaching, chamanismo,
hipnosis, metafísica, santería y más porque ya tenía la
necesidad de estar bien.
Empezaba a tener miedo de mi misma, de mis alcances y de mi manera de “vivir”, no quería morir, quería
sentirme bien, en paz, pero no podía, y en lo personal,
estas terapias no me ayudaron a dejar de beber, solamente me rearmaban que no estaba bien lo que
hacía, lo que sentía y lo que pensaba. Gracias a Dios,
tuve la oportunidad de llegar a AA y, como si fuera
comercial, mi vida ha cambiado de manera
sorprendente. Yo desconocía sobre el programa de AA
y me daba miedo pero yo ya necesitaba ayuda, yo no
quería morir. Empecé a ir a mis juntas, no entendía eso
del programa pero lo que sí vi fue que me reejaba con
las personas que compartían sus experiencias, sentí
miedo pero a la vez, un alivio de ver que en algún lugar
del mundo había personas como yo. Empecé a hablar
de mis experiencias, me comencé a sentir menos sola,
mas comprendida y empecé a sentir que si vale la
pena vivir bien y lo más importante: vivir sin alcohol.
No ha sido un proceso fácil pero al día de hoy AA me
ha regresado a mi familia, hoy tengo un trabajo digno
que me permite vivir sola y cubrir mis necesidades.
Estoy por terminar mi carrera y lo más importante. no
he vuelto a beber. Solo por hoy, me siento viva y mejor
que como cuando bebía. Y no cambio una copa de
alcohol por lo que hoy AA me ha dado.