
19 de December del 2025
Durante la pandemia, muchos niños y adolescentes mexicanos perdieron el contacto presencial con amigos, lo que agravó problemas de salud mental. Sin embargo, especialistas señalan que este deterioro no comenzó con la pandemia: lleva décadas gestándose debido a la disminución del juego y de la independencia infantil.
Desde los años setenta se advirtió que restar importancia al juego y a la actividad física tendría consecuencias negativas. La teoría de Vygotsky, difundida en los años sesenta, destaca que el juego es esencial para el aprendizaje y el desarrollo social, cognitivo y emocional.
El juego permite aprender roles sociales, tolerancia a la frustración, trabajo en equipo, negociación y creatividad. A través del juego también se forma la personalidad y se desarrollan habilidades como la empatía y el cuidado de la red de apoyo.
Sin embargo, en los últimos quince años, el juego familiar ha disminuido drásticamente. La carga excesiva de tareas escolares y la presión social por priorizar el rendimiento académico sobre el juego han desplazado esta actividad fundamental. Las familias, influenciadas por el sistema educativo y la creencia de que “buenas calificaciones = buena crianza”, reducen tiempo de juego sin darse cuenta de las consecuencias.
Según la psicóloga Rocío Rivera, los efectos se dividen en tres áreas:
Sociales: aislamiento, escasa socialización, falta de amigos, dificultades para seguir reglas, problemas de trabajo en equipo y retrasos en lenguaje y cognición. Esto incrementa la ansiedad y la depresión.
Mentales y emocionales: se afecta el “locus de control interno”, es decir, la sensación de poder influir en la propia vida. Sin esa capacidad, las personas se sienten superadas, se vuelven dependientes y culpan a otros; esto favorece la ansiedad y depresión.
Fisiológicas: mayor riesgo de obesidad, problemas de postura, cuello y vista; además, la falta de juego reduce la producción de dopamina, que afecta el estado de ánimo y en los niños influye en la hormona del crecimiento.
Factores económicos, exceso de trabajo en los padres, falta de espacios públicos adecuados, viviendas sin áreas verdes y la inseguridad limitan las oportunidades de juego. Por estas razones, tanto niños como adultos cada vez juegan menos, perdiendo un componente crucial para su desarrollo integral.
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