30 de May del 2025
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La drogodependencia no es únicamente un problema individual, sino una compleja crisis de salud pública que exige atención, comprensión y recursos adecuados para su prevención y tratamiento. Este fenómeno afecta profundamente a millones de personas en todo el mundo, alterando sus vidas en niveles biológicos, psicológicos y sociales.
Se trata de un trastorno crónico y neurobiológico, descrito en el DSM-5 como una enfermedad primaria que combina factores genéticos, psicosociales y ambientales. Se caracteriza por el consumo compulsivo de sustancias adictivas, a pesar de las consecuencias negativas que genera. Las personas con drogodependencia pierden el control sobre su consumo, lo que provoca un círculo vicioso de uso persistente y deterioro personal.
1. Biológica:
Las drogas actúan directamente sobre el cerebro, especialmente sobre los sistemas de recompensa, liberando dopamina y generando sensaciones placenteras que refuerzan su consumo. Con el tiempo, se desarrolla tolerancia y síndrome de abstinencia, lo que perpetúa la dependencia.
2. Psicológica:
Factores emocionales como la ansiedad, depresión y baja autoestima pueden impulsar el consumo como mecanismo de escape. Sin embargo, lejos de solucionar los problemas, las drogas tienden a intensificarlos a largo plazo.
3. Social:
El entorno también juega un papel determinante. La influencia de amigos, la accesibilidad a las drogas, la falta de apoyo familiar y los antecedentes de adicción en la familia son factores que aumentan el riesgo de dependencia.
Esta visión multidimensional de la drogodependencia resalta la necesidad de abordarla desde una perspectiva integral que combine intervención médica, psicológica y social.
Según el tipo de sustancia consumida, se pueden identificar varias formas de drogodependencia:
1. Drogas estimulantes:
Incluyen cocaína, anfetaminas, MDMA y metilfenidato. Estas sustancias aumentan la actividad cerebral, provocando euforia y energía, pero su uso continuado puede generar ansiedad, insomnio y daños cerebrales graves.
2. Drogas depresoras:
Alcohol, opiáceos (como heroína y morfina), sedantes y tranquilizantes ralentizan el sistema nervioso, generando relajación y somnolencia. Su abuso puede derivar en dependencia física, sobredosis y riesgo de muerte por depresión respiratoria.
3. Drogas alucinógenas:
Sustancias como el LSD, la psilocibina y la mescalina alteran la percepción sensorial y cognitiva. Aunque no suelen generar dependencia física, su uso puede desencadenar trastornos mentales temporales y experiencias perturbadoras.
La drogodependencia es un trastorno complejo que no puede entenderse ni tratarse de forma aislada. Su abordaje requiere una estrategia multidisciplinaria centrada tanto en el individuo como en su contexto, con énfasis en la prevención, el tratamiento y la reintegración social. Solo a través de una respuesta integral podremos mitigar el impacto de este grave problema de salud pública.