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Creando estilos de vida sanos

La carta de NEREA

Hace 9 meses y medio que empecé una nueva etapa de mi vida, mi proceso de recuperación del trastorno de conducta alimentaria, de mi anorexia.

 

Sabía que esto me iba a marcar de por vida. Nada de esto vino de un día para otro, si no que yo ya tenía muchos factores que me hacían más propensa a poder padecerlo, como por ejemplo, antecedentes de TCA en la familia, demasiada sobreprotección…

 

Es cierto que yo me sentía muy acomplejada por mi físico, no era una niña muy delgadita y siempre me comparaba con el resto de mis amigas. El primer momento en el que me propuse adelgazar fue en el verano de 2014, en el que estaba de viaje con mis padres y mi mejor amiga. Ella siempre estaba rodeada de muchos chicos y lo asocié a que ella tenía un físico bonito y yo era la amiga simpática que estaba allí. El hacer “dieta” no me duró mucho, la verdad, ya que solamente tenía 10 años. Ya hasta bastante tiempo atrás se me borró esa idea de la cabeza, hasta que llegó el momento de pasar al instituto. Me sentía inferior a todo el mundo, en ese momento no sabía que me pasaba, solo sabía que estaba mal y quería cambiarlo.

 

La sensación de inferioridad me hacía estar decaída y triste todos los días, con ganas de llorar a diario. Y esta sensación no mejoró con la entrada al instituto. Una etapa que quería que me hiciera sentir la “mejor” en todos los aspectos, destacar, ser la típica chica popular de las películas americanas y para ello tenía que ser una chica encantadora y tener un físico perfecto.

 

Desde pequeñita me fascinaba el voley, y tuve la oportunidad de apuntarme a un equipo en el instituto, estaba súper feliz porque sentía que por fin me valoraban en algo, me sentía buena y capaz. Fui viendo que me ayudaba a estar más en forma y lo llevé a un límite extremo para conseguir con inmediatez mi objetivo.

 

También comenzaron las restricciones en las tomas, hasta que poco a poco dejé de hacer las tomas casi por completo. La anorexia me quitó mi vida tal y como la conocía, me convirtió en una egoísta, solitaria, encerrada en su cuarto sin querer ver a su familia.

 

Ahí fue cuando mis padres vieron lo que pasaba y se empezaron a preocupar y así fue como conocí el Centro CREA.

 

Yo ya sabía lo que pasaba, mi aspecto daba a entender que me pasaba algo grave y pedimos un diagnóstico en CREA, y claramente nos dijeron que tenía anorexia nerviosa. Me quedé en shock, mis padres llorando y yo solamente pensando en cuál iba a ser la manera en la que iba a hacer ahora para adelgazar, porque claro ahora tendría mucha más vigilancia.

 

Cuando ingresé en el centro de día pensé que me solucionarían lo de comer y en un par de semanitas estaría fuera, pero qué va, ni mucho menos, ahí no están para hacer de tu nutricionista, están para tratarte la cabecita y cuando la cabeza está bien ya va todo rodado. Noté mucho el cambio cuando empecé a mejorar mi alimentación y recuperar mi peso, cuando empecé a reflexionar y escuchar más a mí misma.

 

Mi estado de ánimo cambió de ser una chica triste, con ganas de morirse a ser esa chispita inquieta con una sonrisa de oreja a oreja.

 

No quiero dar a entender que mi proceso siempre fue cuesta arriba, porque no es así, he tenido innumerables días malos, con ganas de dejarlo todo, pero mis ganas de recuperarme podían con ello.

 

Por eso creo que para salir victoriosa de una enfermedad es importante ir con una buena predisposición, pensar que están ahí para ayudarte no para hacerte más daño del que tú te estás haciendo.

 

Gracias a todo ello ahora he recuperado mi vida, he vuelto al instituto al que no podía ir porque no estaba preparada ni física ni mentalmente para ello.

 

Ahora estoy en el peso que me toca, más preciosa y morenita que nunca, y muy madura, para mis 13 añitos, con un pensamiento y razonamiento totalmente diferente al que tenía mucho antes de empezar con todo.

 

Por todos estos grandes motivos, me siento muy orgullosa de haber pasado por este proceso, por las tantísimas cosas que he aprendido de mí misma y que siento que todo mi esfuerzo valió la pena.

 

Me encantaría dar las gracias a mi terapeuta, …por todas las peleas que hemos tenido, las risas, nuestras largas conversaciones, gracias de verdad por confiar tantísimo en mí y ayudarme a ser la Nerea que soy ahora.