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Te hablamos de las adicciones
  • CARTA A UNA MUJER ALCOHOLICA , DIRIGIDA A LA MUJER QUE BEBE Y PUEDE SOSPECHAR QUE TIENE UN PROBLEMA

22 de agosto del 2011

Margaret Lee Runbeck

 

Por Margaret Lee Runbeck

Fuente: Sitio de Alcohólicos Anónimos Argentina, 

 

 

 

 

 

 

Tú y yo empezamos por tener algo en común: Ambas sabemos que tú, secretamente, estás muerta de preocupación debido a tu forma de beber.

Puedes tener cualquier edad: una estudiante, una madre joven, una profesional admirada, la esposa del hombre más importante de la comunidad, una abuela de aspecto serio. Puedes ser una extrovertida y el alma de la fiesta o una persona temerosa, que tiene que sacar el coraje de la botella antes de intentar hacer cualquier cosa, por simple que sea para otra gente. Puede que hayas estado bebiendo durante meses o años. Te sentirías horrorizada y lo negarías acaloradamente si alguien te llamara alcohólica, pero secretamente te estás preguntando si no lo eres. Contestaré a esto inmediatamente diciendo que si no puedes controlar tu forma de beber, si bebes más de lo que te gustaría admitir, es probable que seas una alcohólica. Al decir esta palabra, me refiero a una persona afligida por una enfermedad, que empeora progresivamente, reduciendo constantemente nuestro mundo hasta que el único deseo y la única realidad es el alcohol. Por ser una mujer, tus hábitos de beber son probablemente muy secretos, puesto que has hecho todo lo posible para ocultarlo de todos, incluso de ti misma. Y puede que hayas logrado hacerlo. Quizás nadie sepa, todavía, que hayas tomado un trago. Porque no te atreves a beber un solo cóctel en público, sabiendo que el primer trago es el tropezón en lo alto de una larga cuesta abajo en la que inevitablemente te caerás. Pero cualquiera que sea la etapa en la que te encuentras en este momento, todavía hay esperanzas para ti. Y no se debe culparte ni avergonzarte. No te mereces los sermones ni las agraviadas acusaciones que todo el mundo ha vertido en ti: "Si nos amaras, dejarías de beber"; "No piensas en nadie más que en ti misma"; "Debería darte vergüenza, con toda la educación y posibilidades que has tenido". Tú no eres un monstruo egoísta e inmortal. Todo lo contrario. Eres una mujer que está desesperada.

 

Después de comprender esto, el siguiente hecho que tienes que aceptar es que estás libre de toda culpa. Cuando admitas que eres una alcohólica, ya no mereces ser culpada y castigada (parte del castigo inhumano que te has infligido a ti misma).

Únicamente debes reconocer que tu enfermedad es peligrosa y puede destruir todo lo que te rodea; el alcohol, si no se detiene a tiempo, puede destruir el cerebro y el cuerpo de su víctima. Pero no es tu "culpa" como no lo sería si tuvieses fiebre del heno o diabetes. Si eres alcohólica, el alcohol es un veneno para ti.

 

No estás sola en la indescriptible tortura que es el alcoholismo. Hay miles de mujeres como tú en las etapas iniciales o finales de desintegración. Pueden ocultarla, al menos por un tiempo, pero la mujer alcohólica sufre más intensamente que el hombre; su psicología y su constitución son más complejas y sensibles. Puede tolerar menos su propio desprecio de sí misma, y siente mucho más profundamente el estigma social que una ignorante sociedad todavía pone en el alcoholismo. Estoy segura de que no tengo que decírtelo; desearía de todo corazón que todo esto no fuese sino una mera interesante teoría para ti, pero sé que no lo es. Para la mayoría de las mujeres es difícil admitir, incluso ante ellas mismas, que son alcohólicas. Sin embargo, esta admisión es el primer paso hacia la sobriedad y la cordura. Si todavía no has dado ese primer paso, déjame ayudarte a darlo hoy. Pues si puedes admitir que tu pánico interior y tu devastación son síntomas del alcoholismo, estás preparada para recibir ayuda.

 

Mi propósito al escribirte esta carta, es decirte que a pesar de tu desesperada enfermedad, puedes "reincorporarte a la raza humana" y vivir una vida razonablemente normal. De hecho, encontrarás que esta vida es mucho más feliz que la de la mayoría de la gente. No podrás volver a la antigua vida que soportaste antes que el alcoholismo te derrotara. Esa vida no era lo suficientemente buena para ti; intentaste escapar de tu frustración y desesperación por medio de la bebida.  A pesar de lo que la mayoría de la gente cree, los alcohólicos tienen conciencias muy sensibles. Se preocupan tan profundamente acerca de todas las cosas que no pueden soportar la tensión de esta preocupación. Cuando una conciencia irresistible se junta con una inamovible incapacidad para soportar las agonías de las preocupaciones, se crea una invitación abierta al excesivo beber. Los conflictos emocionales de los supersensibles individuos que son los alcohólicos, se hacen tan insoportables que el escape, equivalente a una total destrucción, es la solución buscada. En algunos alcohólicos, un sentimiento de inferioridad nacido en la niñez provoca un mecanismo de compensación que crea un insaciable deseo de alabanza y éxito y nunca se satisfacen con lo que obtienen. Desilusionada por su exigencia exagerada de perfección, la mujer frustrada a veces cree en las soñadoras promesas del alcohol, el despiadado embustero. Cuando estas tensiones emocionales existen además de una alergia física, la ruina alcohólica es inevitable. La gente bebe porque no es feliz; no es feliz porque bebe, y la espiral viciosa sigue girando hasta que uno no puede distinguir entre la causa y el efecto.

  

Si has llegado a esta parte de mi carta, mi desconocida amiga, comprenderás que no te condeno en absoluto. Y el cariño que siento por ti se multiplica por miles. Todo lo que tienes que hacer es extender la mano y tocar ese cariño porque está esperando a entrar en acción por ti. En este momento la ayuda está tan cerca como tu teléfono. No tienes que decirle a nadie que has dado este paso. No tengas miedo de pedir ayuda, las adicciones tienen solución, existen tratamientos y otras personas que están dispuestas a ayudarte, con toda la confidencialidad que necesitas. Sólo tienes que dar el primer paso.

 

 

 

 

 

 

 

Si yo viviera frente a tu casa y observara tu valiente y desesperada lucha contra tu enfermedad y te hablara algunas veces cuando no pudieras evitar tropezarte conmigo, no me atrevería a decirte lo que quiero decirte ahora. No me lo permitirías porque tendrías miedo de mí. Pensarías que yo formaba parte de la conspiración universal en contra tuya y te ofenderías conmigo por sospechar tu secreta agonía. Si nos miráramos cara a cara, yo no podría encontrar un modo de hacerte saber cuánto me agradas. No podría decirte que no encuentro en ti nada que despreciar o ridiculizar o que sermonear, porque tú no me dejarías hablarte acerca de tu fatal enfermedad. Ambas fingiríamos que no existe. Por lo tanto, tengo que escribirte. Te estoy escribiendo una carta que pondré en un lugar seguro donde tú la encontrarás y podrás esconderla de tu familia para leerla más tarde.

 

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